Cada año, los incendios forestales vuelven a poner en jaque a miles de profesionales y voluntarios en nuestro país. Sin embargo, no todos los fuegos son iguales. Algunos se pueden contener con rapidez, mientras que otros escapan al control humano y arrasan hectáreas de terreno como si fueran papel. ¿La razón? En muchos casos, se da una combinación explosiva conocida en el ámbito de la emergencia como la regla del 30, o "30-30-30", una tríada que dispara el riesgo y complica hasta lo imposible las labores de extinción.
¿En qué cosiste la regla del 30?
Se trata de una alerta técnica que manejan bomberos y cuerpos de protección civil para anticipar situaciones de peligro extremo. Aparece cuando coinciden tres parámetros críticos: una temperatura superior a 30 grados, una humedad relativa por debajo del 30% y vientos que superan los 30 kilómetros por hora.
Cuando estos tres factores se alinean, el fuego no solo avanza más rápido, sino que cambia de dirección de forma imprevisible, se propaga por el aire a través de pavesas encendidas, y convierte en inútiles muchas de las herramientas habituales.
Más allá del clima
Pero los factores meteorológicos no son los únicos culpables. Detrás del avance descontrolado del fuego está también el abandono progresivo de muchas zonas rurales. El fin del pastoreo en muchas regiones ha hecho que la maleza se acumule sin control, sirviendo como combustible natural para cualquier chispa. Además, la falta de lluvias durante meses agrava aún más la sequedad del terreno.
En ese sentido, la formación de más bomberos forestales, una inversión decidida en limpieza preventiva de montes, y campañas de educación ambiental son herramientas tan necesarias como un helicóptero o una manguera.